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Jeannette l. Clariond: el destino es la sed por Jaime Parra

Updated: Mar 15, 2021

Por:  Jaime Parra

Jeannette sabe sugerir, con la necesaria ambigüedad de la poesía, la incertidumbre que anima al poeta (…) El poema es viaje y nos lleva al origen: “ese sitio incierto” donde “arde en silencio / la revelación”. -JOSÉ CORREDOR-MATHEOS

Parca y diamantina: tiempo que no leía una pieza así tan parca y diamantina. Me deslumbró ese epifonema (…) me hizo entrar en la órbita de la revelación: “Ceguera: ahí estarás”. -GONZALO ROJAS

Clara, busca lo diáfano, a partir del discurso concreto, intelectual, insuflando sentimiento a cada párrafo, buscando la expresión comedida, porque la vida es esencia. -JOAN LLUIS MONTANÉ

TODO PRINCIPIO ES BLANCO Todo poeta debería tener un texto con el cual poder iluminar su obra poética. Sobre todo, en una tradición como la actual, que no deja claros los referentes . Tradición, donde, con frecuencia, la subjetividad es muy fuerte, empezando por la participación misma de los lectores en el proceso de recreación que es la lectura. Novalis en sus fragmentos, Keats en sus cartas, Wordsworth o Bécquer en sus prólogos, Poe en sus ensayos, Herrera y Reissig en sus ópalos y círculos, Maragall en sus elogios, Reverdy en sus papeles, Breton y Tzara en sus manifiestos, han escrito esos textos. Son escritos surgidos, normalmente, al lado de las creaciones poéticas, como una hierba fina al lado de la vereda o del camino, como esas cartas de Mallarmé a Cazalis . Esas visiones de la obra no resultan nada despreciables, hasta el punto de parecerles a autores como Lautréamont tan importantes como la creación poética misma: “Los juicios sobre la poesía tienen más valor que la poesía”, dirá en sus escritos últimos, Poesías . En la literatura inglesa tenemos los ejemplos clásicos de Pound o Eliot, especialmente en sus obras El arte de la poesía y Función de la poesía y de la crítica . En castellano tenemos, entre otras muchas, las reflexiones de Octavio Paz, las de Luis Cernuda, las de Gil de Biedma. Y entre las poetas actuales, las de Concha García en Asomos de Luz, las de Olvido García Valdés en De Ir y venir, las de Aurora Luque en Poética y poesía . Aunque, a veces, el comentario viene junto con la obra misma, dentro de la obra, formando parte de ella, como en El collar de la paloma de Ibn Hazm o en Sendas de Oku de Bashô , donde se mezclan poesía y prosa, o mejor, poesía y poemas en prosa. En el caso de Jeannette L. Clariond ese libro se llama Cuaderno de Chihuahua , un texto poético, con poemas, que también es una poética, la suya muy hermosa: la del origen y la blancura, la del destino y la sed, la de la solitud y el silencio, la del testimonio y el sueño, la de la raíz y los comienzos, la de los exilios y las búsquedas. Un libro como el que debería tener cada poeta. Cuaderno de Chihuahua es, aparentemente, el relato de una época de niñez, contado desde el recuerdo y el enfoque de una autora adulta. Pero es algo más: como los Sueños de la Dama Sarashina, en Japón, parece que habla de una época, y, sin embargo, habla de sí y de su poesía. Es, sobre todo, una poética. Una poética del origen, como también es del origen la simbología de Marius Schneider. Del origen de todos los sentidos y los que no están: el origen del ser. De la poesía. Es como una serie de círculos concéntricos que llevan al triple origen o encuentro. El primero, a su infancia mexicana; el segundo a sus antepasados libaneses; el tercero, a la búsqueda de una génesis, lo primigenio, lo primordial. Orígenes . El primer círculo del origen conduce a sus primeros años en Chihuahua, en México, donde vivía su familia: su crecimiento, desde niña hasta adolescente, la creación de una sensibilidad en su contexto, pero, sobre todo, en su misma piel: cómo ve el mundo y cómo se ve a sí misma. La niña que se siente chica y siente en solitud la soledad de los mundos. Solitud que es una soledad como defensa, aceptación. La niña que expía al sueño y vigila su insomnio: que cruza los pasillos en la noche, y mira más allá. Pero niña protegida, al fin y al cabo, en el grupo de los antiguos exiliados libaneses. La niña que observa la lengua de donde procede, la lengua donde está y la lengua que hablará: el árabe, el castellano, el inglés. La niña que se prepara y aprende. La niña bajo cuyo prisma se focalizan las figuras de los otros: la familia, que siempre está allí, sobre todo las mujeres: la abuela, las tías, las primas, la hermana, ella. Ella misma, como personaje en su propio escenario. Clariond se ve y se analiza en el espejo de sus raíces y recrea su sentimiento del mundo y cómo lo afronta su sensibilidad; se ve, observa, sobre todo, desde una imagen de la blancura. Blanco era el cabello de la abuela –la guedeja, la cabellera larga–: “Su blancura evocaba la nobleza infinita del desierto” (p. 13). Blanco es el paisaje de la tarde, blanco el cuerpo de las dunas, blanco su “primer inmenso paisaje en blancos”. “El rostro de la abuela, lo blanco de su cabello, lo blanco de su memoria” (p. 17). Blanco también, el germen de su lenguaje y el de su soledad: “El cuerpo de mi lenguaje nació de aquella su blancura. Una sombra blanca bajo los pasos de su niñez (…) De su brillo surgió el germen de mi soledad” (p. 14). Infinitas imágenes blancas. También leemos: “la tarde parece blanca de tanto sol” (p. 16). Blanco de ausencia, blanco de presencia, como la cal, blanca: el vergel propio y las arenas del desierto. Blanco . Y junto a ello –junto a ella– también su amor al silencio, al secreto: “Mis ojos se llenaron de silencio, sustancia generatriz de la poesía” (p. 15). Poesía que es también secreta, como la de Klee. Pues un secreto es como una perla que puede más que un olvido. Así, mientras va escribiendo su experiencia, va escribiendo su poética y va creando el germen de su mundo. Un mundo que no elimina el dolor: lo absorbe; el dolor como puerta que abre a la luz. “La poesía es anhelo de luz”, dice. El dolor ajeno: el de la abuela María Ayub, el del tío Jorge, el de la tía Jeannette, el de la madre Olga, el suyo; la niña que crece y mira sus desiertos, en un mundo ajeno, la lengua ajena, el internado. Mientras tanto, lee a Shakespeare –Romeo y Julieta, Hamlet–, escucha a Engelbert Humperdinck –la voz mítica del momento–, oye los versos de Gibran Khalih Gibran –el gran poeta libanés–. Pasa a El Paso. Nuevo exilio. La memoria tiene sed. Recrea el paisaje, pues el paisaje contiene. Le contiene. Y es contención. El segundo círculo de los orígenes remite a Líbano, de donde venían los abuelos. El Líbano de los cedros olorosos, que ya cantara Salomón en el Cantar de los Cantares; el Líbano cuya etimología, coincide con la de “blanco”, La Been . La tierra de sus antepasados, cuya puerta abierta era la imagen de la abuela, la imagen de la madre, la imagen propia. Puertas abiertas al exilio, habría dicho Saint-John Perse. Pero el poeta de las Ayub no era Saint-John Perse, sino Gibran Khalil Gibran, el gran poeta libanés, autor de El Profeta, El Loco, El vagabundo, Los dioses de la tierra y Las estancias . Era el poeta que leía su madre: “En voz alta leía los versos de Gibran. Pero sobre todo oraba (…) Mi madre encontró en El profeta un alivio a su mística soledad (…) Para ella, El profeta, más que un libro de cabecera, fue su guía espiritual (…) Gibran había formado la identidad de muchos libaneses, mi madre incluida. Esa semejanza fue el pan de la tierra perdida; el humus por el que mi hermana y yo establecimos un puente con nuestro pasado” (pp. 43-45). Gibran, poeta y pintor que entonces se leía en Occidente, en plena fiebre del humanismo de los Ghandi, Tagore, Lincoln, Luther King, cuyas vidas también leía su madre. El Gibran, que recordaba en sus pinturas y dibujos a William Blake, pero que también era el modelo de poeta libanés en el exilio americano, alguien que la autora evocaba, cuando “buscaba fragmentos de infancia, un afecto para rehacer su patria, su lengua, las trágicas huidas” (p. 45). Gibran con sus exilios, con sus imágenes del Paraíso, “con el frescor del origen” (p. 47). Imagen también de la sed y el destino. La sed que llevó a los abuelos al exilio. La sed de sed, y la sed de ser: “Somos lo que miramos, el paisaje deviene destino” (p. 61). Peregrinaje y exilio son la fuente del silencio (p. 64), dice, parafraseando a Coleridge. Ahí percibe también un estado de melancolía, esa que comía con la mirada el personaje de Durero. Pero no como conflicto, sino como un estado anímico. “Es necesario ser melancólico para vivir, y, quizá aún más, para escribir” (p. 78). El origen. Por eso, su madre tenía la habitación recubierta con madera de cedro. El Líbano. Cerca del desierto de las dunas. Oriente Medio. Donde estaba el bosque sagrado, aromático. Donde la abeja liba. Donde estuvieron los adoradores de Astarté. El tercer círculo es el que lleva al centro de la búsqueda: al verdadero origen. Aquel que va más allá de algún Jordán, más allá de las dunas, aquel de un sueño que tuvo, semejante a un cuadro de Brueghel: “el balbuceo del origen” (p. 83). Algo como la raíz de un árbol, otra de sus imágenes. El “polo blanco del cielo”. Así lo dice en su poema “Sueño”: “Nacemos tuertos. Sólo un ojo / alcanzará / el polo blanco del cielo. / El resto arderá entre las ramas secas:/ la madre, la cicatriz, la cordura. / La herida ha tomado el rostro de la piedra (…)// Ese ojo será tu reino” (p. 84). Luego, en el fragmento en prosa, lo aclara: “Entrar en el ojo del sueño es colmar el vacío” (p. 85). Clariond va más allá: busca otro universo. La tradición unánime. Lo primordial: se sintió vivir. Un mundo semejante al de Alda Merini, a la que descubrió: “El poema de Alda me atravesó, sus palabras se hendieron en mi raíz sofocada” (p. 39). Fue una búsqueda del centro, del núcleo, como en El Zohar o en Ibn Arabî: “equilibrio, centro, silencio originario” (p. 70). Tan cerca se sintió del mundo de Merini que tradujo varios de sus libros. Un poema visual, en forma de cabellera egipcia con su letanía de orante, en el apartado “Testimonio y silencio”, tal vez lo aclara mejor: El ángelus; el ángelus como en Millet. Luego en “El espíritu del sueño”, lo completa. El ángelus es la revelación. La sed, la blancura, la nieve, el origen. Cuaderno de Chihuahua son unas memorias, una antología poética y un presupuesto vital . Porque todo “destino es sed” y “todo principio es blanco”, como dice. En él habla de la casa, de las casas, y de un universo. Pero, ante todo, de una cartografía que sirve para leer todos sus libros de poesía, su trayectoria poética, que se desarrolla en tres grandes momentos: el de los noventa, el de la primera década del siglo y el del último quinquenio.

DEL ORIGEN Y DE LA SED En su primera época poética, la de los años noventa, Clariond sorprende con tres libros: Mujer dando la espalda (1992), Newaráriame (1997) y Desierta memoria (1998). En ellos, ya advertimos cómo su autora arranca con un acento, un estilo y unos rasgos propios, que le identifican, que es lo que pedimos siempre a un poeta: voz. Es el nacimiento de una escritura que opta por la contención; sopesada, que equilibra fulgor imaginativo y rigor expresivo. Un ciclo también donde afloran sus motivos: la preocupación por el origen y el destino, por el amor y la ausencia, por la luz y las raíces, por la sed y la identidad, por la poesía misma como génesis de vida. La escritura, la confianza en la palabra, en el decir, en el ser dicha. En la dicha. En su primer libro, de título equívocamente daliniano, Mujer dando la espalda (1995) , lo que tenemos, en realidad, es la perspectiva de la rebeldía, de quien toma otra orientación a la esperada. Eso es “dar la espalda”: marchar. “Dar la espalda” para negarse, como dice Ricardo Yáñez, para echar a andar en otro sentido: “Echar a andar la luz”. Y así lo expresa ya en el poema primero. “Echar a andar la luz es abrirse de brazos a lo oscuro, / entrar al corazón de la semilla, / a lo profundo en la sal” (p. 9). Una sal que está relacionada con el sentido de la sed que dará a sus poemas. También es una apertura a las puertas de la memoria: “Frágil materia los sueños / que de noche roban la memoria / y todo se vuelve idéntico a lo que no es” (p. 9). El segundo poema, “Génesis”, ya se identifica, en su título, con sus búsquedas. Y, poco a poco, vemos los signos de identidad de este poemario repartido entre las imágenes del cambio y del transcurrir –el tiempo que viaja, la mudanza, la pérdida del lugar– con imágenes como de acuarelas que recogen los motivos de la fuga, del reencuentro, la memoria, o la pérdida, con verbos de movimiento, que captan instantes: el de la orquídea trasplantada, el del colibrí que se aleja, el de la hoja que cae o el agua que fluye. “¿Y qué hacer con el ciego gusano / que de pronto perdió su reino?” (p. 15), se pregunta. Aunque es al final del poema “Memoria de una hoja” donde encontramos una de sus mejores imágenes, con la alusión a la sed y al origen: “Entre sed y angustiosa ruina de estatua caída / fuera de sí se busca la existencia, / pedacería dispersa en la hondonada, / naufragio y nervadura; / aún palpita en busca de su origen” (p. 21). Ese último verso sería, en adelante, el faro de su poesía. La siguiente obra es Newaráriame (1997), aparecida en una publicación universitaria , libro donde alternan, como en el anterior, los poemas breves con algunos más extensos. En él apunta otro de sus motivos, “El pan de cada sombra”, que en ella adquiere un sentido simbólico. El pan, como la sed, metáforas alimentarias, como las llamaría Curtius , se asocian en ella a los grandes móviles del ser. El alimento también, como en Dante, es o puede ser la poesía, captada a través de la memoria, no sólo por la presencia: el hambre del recuerdo. Así en el poema V, escribe: “Qué lugar es este en el que habito / de hojas y penumbra presentir / El polvo sella / el hambre del recuerdo”. Pero en él encontramos también otros motivos como la sal, la rosa, la noche, el jardín, la madre, la raíz, el agua, por ella tan queridos. Y la pregunta sustancial: “¿Recordará su sitio / la muda sustancia de la niebla?” . Porque la niebla es lo que no deja ver, lo que no; pero también el velo sutil que oscurece en el temblor: el misterio. A esta publicación siguió la más bella de la primera época: Desierta memoria (1998) , que con el oxímoron del título ya anuncia la perplejidad sorprendente que produce el libro, una obra en cinco partes, como la primera: cinco secciones bien significativas. La sección primera la forma el poema “El pan de cada sombra”, del libro anterior, que contrasta con la sección siguiente, la más amplia y significativa, “Sed” –las otras son “Horas”, “Descenso” y “Niebla”–. La sed es otra metáfora. La poética de Clariond es la del origen, ya lo hemos dicho, pero un origen ligado a la sed. Ambas son como alfa y omega. Una envía al principio y otra al final. La sed como origen, la sed como destino. “Sed” es el principal motivo de este libro, el que ocupa más espacio. Ahora es la imagen que recuerda los líquidos y su simbólica: sed de agua, de vino, de vida. Sed nutritiva. Búsqueda de la comunión, de la embriaguez, soma, como diría Gilbert Durand . Poemarios de La sed conocíamos uno muy bello, de Ada Salas, poeta esencial; pero Clariond, poeta esencial también, le da otro destino. La sed es la que la lleva a su propio oriente, a orientarse: “El destino de la sed trajo a mis abuelos a estas tierras. Tal era su designio (…) pasaron de un desierto a otro. Fueron en pos de agua, llamados por la sangre, un dolor que fue buscando su más alta expresión”, había escrito en el Cuaderno de Chihuahua (p. 28). La sed no es el deseo, en negativo; no es la realidad carencial, como en ciertas tradiciones existenciales: la sed es un móvil de vida. El que conduce, por ejemplo, a los hijos de la emigración: la sed interna, la búsqueda. La sed que busca un pozo en el desierto, el agua viva, diríamos. Por eso, en el Cuaderno, utiliza expresiones como “era ya parte de nuestra sed” (p. 56), “crece una interna sed” (p. 33), “sal que era sed” (p. 69): la sed como participación. La sed como necesidad y vía hacia el ser. La sed de ser. La sed que completa el sentido de la arena, el resplandor de las dunas. El motivo nacía ya en su primer libro, Mujer dando la espalda (1995) y continúa en los siguientes, hasta el final. Y siempre asociada a los otros motivos: el origen, el exilio, el destino, asociados, a su vez, con los símbolos del agua, la arena, el desierto, las raíces, el árbol, la luz. Desierta memoria, “La sed”: Son poemas breves, incluso, muy breves. Tan breves que dejan largo al haiku: “Sólo agua pedí: / nada más que apagara mi sed” (p. 49). Ese motivo lírico es importante. Por eso, en un aforismo de Amonites (2003), uno de sus libros posteriores más bellos, dirá: “El misterio es la sed” (p. 20); y en otros momentos: “Calmé mi alma de tu sed” (p. 17), “La sed de la dársena calma” (p. 30). Y, curiosamente, en una dedicatoria autógrafa de una de sus obras, apunta: “Porque / destino es / la sed” . Poética de la sed. Luego en las otras secciones (“Horas”, “Descenso”, “Niebla”), vemos cómo enlaza con los libros anteriores y con los que preceden. Especialmente la “niebla”, escrita con su mejor estilo, casi becqueriano: “Breve sustancia la niebla, / su clarísimo carbón, su pátina de viento…/ la tierra apenas humedece / la piedra circular donde manan antiguos / destellos, / el néctar petrificado, / cristales de este invierno; (…)” (p. 71). La niebla, la niebla: con su traje fino, de seda. El misterio. Perfume de agua. El libro culmina y sintetiza lo mejor de este momento, de esta década, la de los noventa. Por eso, Alfredo Espinosa, que escribió sobre él, en ambas solapas, pudo compararlo con la sabiduría, síntesis, misterio y hechura del Tao te King, al contemplar estos versos: “Produce sin apropiarse de nada / Actúa sin esperar nada / Acabada su obra se separa de ella / Y porque no se ata a ella / su obra habrá de permanecer”. Mientras tanto, da comienzo a las traducciones, que para ella, son una forma de exigencia, de aprender a pulir lo propio, como se pule lo ajeno. Pero también una ocasión para la cercanía, no solo para el acercamiento o aproximación –y esta labor también debe ser destacada–: “Traducir es un acto de compañía sumo. Es vivir y revivir con el otro su circunstancia, por dolorosa o trágica que aparezca. De acuerdo al modo en que el creador vivencia el acto poético, es que logra adentrarnos en su realidad” . Antología de Roberto Carifi es la primera de ellas. Luego seguirán otras, como la de A una hora incierta de Primo Levi . Esta última, tan acertada, que le llevaría a decir al mismo Jaime Siles: “ha hecho un Primo Levi en castellano mejor a veces que el que en su lengua es” . Lo que no es sino una virtud de Clariond. Su primera época poética se cierra.

EL SILENCIO, LA NOCHE La segunda época de su escritura es la de comienzos del nuevo siglo XXI. La de la primera década. Entre los años 2003 y 2009, concretamente, reúne un buen número de poemarios y de traducciones, reafirmando una vocación y un estilo que ahora hace especialmente suyos, y los asume. Razón por la que obtuvo un merecido reconocimiento. Es el momento de los libros poéticos Todo antes de la noche (2003), Amonites (2003), Siete visiones (2004), Nombrar en vano (2004), Los momentos del agua (2006); y es el momento también de las traducciones de Alda Merini, Charles Wright, W. S. Merwin, o Carson McCullers, entre ellas. Si en la primera época reafirmó su poética de la sed y el origen, ahora continúa con ello y amplía los motivos, ensayando igualmente otras formas de expresión, como el micropoema y el poema extenso. Es el momento, también, en que afloran todas las características de su poesía, sabiamente resaltadas por algunos autores, como Joan Lluis Montané, Leo Zelada, Julio César Aguilar o Juan Pablo Roa : pulcritud, síntesis, silencio, diafanidad, concreción, sugerencia, profundidad, laboriosidad. Algo que Montané, por ejemplo, resume como una “poética del minimalismo apasionado”. Lo que no excluye que sea también autora de poemas extensos, como hemos dicho, como algunos de los del ciclo del agua, o de las 7 visiones, y otros libros. Lo que no es Clariond es una poeta desparramada, de sintaxis lava, en el sentido whitmaniano o nerudiano. Más bien es heredera de cierta tradición hispanoamericana y norteamericana, donde brillan maestros de la contención y la elaboración, como Huidobro, Vallejo, Gorostiza, Paz, William Carlos Williams o Wallace Stevens, sin pretender hablar de incidencias directas. Es su momento de desarrollo de su poética de la sed.

Poética de la sed, pero también del silencio. La forma en que el silencio asoma es ya por la reticencia, por el no decirlo todo, por guardar una parte en secreto. Poesía secreta. Como en ciertos sentidos lo es la de Reverdy, Ungaretti, Klee, o Sánchez Robayna. Dejar que el silencio hable, pero sin ahogar las palabras, usando sólo las justas, necesarias. Una poesía sin altisonancias. El valor de lo que se calla, del blanco. Lo que se nota, como en la música, en los espacios en blanco. El silencio también se refleja en la expresión, que tiende a poemas, más bien breves, contenidos, cristalinos. Como en cumming, Creeley, Celan. Y esta tendencia, que se aprecia ya en su primer libro Mujer dando la espalda (1990), especialmente, en los breves poemas escalonados de “Augurios”, se extrema ahora, en otros, como Amonites (2003), rosario de semillas poéticas, en la mejor línea de una larga tradición de fragmentos y aforismos. Otras veces los poemas son más amplios, pero siempre en recopilaciones breves, algunas de ellas en colaboración con otros artistas y poetas, con frecuencia, verdaderas obras de arte, extraordinarios libros de artista, como Siete visiones o Momentos del agua. Especialmente tenso es el libro Todo antes de la noche (2003) , donde, como otros contemporáneos, ante la pérdida de un ser querido, en este caso de la figura de la madre, tañe dentro de la elegía. El tono crepuscular de la portada y el título ya lo anuncian. El tema elegíaco en el cruce de siglos dejó varios ejemplos en la poesía de mujeres, como vemos en obras de Rosa Lentini y Carmen Borja y otras poetas, con sus elegías al padre o al marido; y en la poesía americana, en Mary Jo Bang, por ejemplo, con su elegía al hijo. En Clariond la tensión de fondo se percibe como en ningún otro libro suyo, a pesar de la contención. El libro, prologado por el poeta chileno Gonzalo Rojas, es un ejemplo de la intensidad del lenguaje de su autora. Aquella que pulsa la vena interior que le lleva a sus orígenes, al verdadero sentido que hay detrás de cada acontecimiento. La autora y el prologuista, Gonzalo Rojas, los dos poetas, eligen las mismas palabras en la dedicatoria y el prólogo: Olga Ayub en su descendimiento. El nombre de la madre de la poeta, entonces recientemente desaparecida. El tema del “descenso” ya lo había tratado en Desierta memoria, un título que podría recordar a la abuela, María Ayub, cuando decía: “De su belleza / de su blanco jardín / germina el musgo / haciéndose luz” . Pero ahora después del deceso de la madre, se volvió más intenso aún. Porque Jeannette L. Clariond, como Gonzalo Rojas, se mueve dentro de unos motivos concretos que aparecen, florecen y retornan, siempre los mismos, siempre diferentes. La madre es el símbolo de un retorno al origen, en el tiempo sin tiempo, en este retorno, que es todo: “Para ti fue hecha la casa antes que nacieras. / Para ti fue destinada la tierra antes que salieras de tu madre”. Aquí hay aura y hay tono, dice Rojas, aquí la palabra necesaria. Aquí “Sangra en el vidrio, astillada, la claridad”, escribe Clariond. Aquí escritura destino se encuentran. “Pocas veces el réquiem habrá alcanzado la majestad y el despojo de este réquiem, por el descendimiento de la que duerme ahí. Jeannette Lozano lo escribió: Renata”, dice Gonzalo Rojas en su sentido prefacio . Renata por renacida, aclara. La mariposa fenicia que voló al origen: “La mariposa fenicia voló de Monterrey a Babilonia, “portal de Dios”, como es el nombre sacro. Descifró el mito, habló con el origen. De ahí el libro. De ahí el libro que a su vez habló con los leones de bronce (…) Isthar guarde el Descendimiento, lo bellísimo de estas páginas” , sigue diciendo Gonzalo Rojas. El mundo primigenio. La poesía, evidentemente, es una cura de la mente, como señala, recordando a Wallace Stevens. El libro vuelve a la división pentapartita, como otras veces, lo que ya es significativo. ¿Hay que recordar, que en el Pentatéuco, donde está el Génesis, se basa en el 5, y que en varias culturas es símbolo de la unión, de la armonía, de la perfección y del centro? El 5 es el número de vértices del cuerpo circunscrito, 5 es el número de los sentidos, que se unen como en una sinestesia, 5 son los dedos de la mano, como si fueran rayos del sol; 5 es el número del quincunce de la faz de Quetzalcoalt de los antiguos mexicanos . Cinco es suma del impar y del par, una especie de mandala. Los cinco títulos de las secciones son “Raíz”, “Fruto somos”, “Rota espuma”, “Signos” “Sustancia de cáliz” y ahí también reina el simbolismo, un simbolismo místico: “Raíz“ y “fruto”, imágenes vegetales, constructivas; “espuma” y “sustancia”, imágenes acuáticas, disolutivas, pero de la transformación también. Signos: de la noche, de la piedra, del viento, del atardecer, del fluir y permanecer, del alejamiento, de la partida, de la pérdida, de la huida, de la herida, pues la claridad también tiene sus heridas: “De noche / distante / te pierdes, // vertical y distante / te apagas, // te desvaneces” (p. 55). Vuelta al origen, retorno a la diosa: “Para ti florece la blancura / sobre la colina de Ishtar” (p. 56). Y mientas tanto el diálogo interno, a veces con vocativos vehementes: “Ven, quiero ver tu cuerpo / en la fosa fresca que besaré. / Los años, luz tenue del estanque, / son apenas duración. // Bésame, tu bendición / tu bendición es un destino poblado de pájaros” (p. 56). Libro sentido, tenso, intenso. De poemas breves, verticales, donde acaso las imágenes más bellas sean las del árbol y las del agua: la raíz y la fugacidad. Así, en este breve fragmento: “En el agua / te buscaré: / aquellos días / espejos / mi voz / derrama” (61). O este otro: “Árbol / tu cuerpo / en el descenso” (´p 79). O este otro, del largo latir de la melancolía: “En medio de la tormenta / latidos / y esa nostalgia que al cauce de las aguas avanza // De Akkad a Sumeria espíritus / de tu esfera desprendida / llevan su sangre el río. // Entre rumor de las sombras / miran / al ave de la lluvia // caer / sobre / la lápida” (p. 41). Los versos: esenciales, como en los poetas fragmentarios, Valente o Celan; y una honda nostalgia, como en el Cirlot de Elegía Sumeria o Inger Stevens in memoriam. Versos a la madre, fascinados, dolientes. Dolor callado, sin lágrimas. “Ceguera: ahí estarás” (p. 16): “contención visionaria para decirle adiós al adiós, de la hija a la madre en la gran mudanza”, escribe Gonzalo Rojas.

AMONITES, VISIONES Y MARES Del mismo año que el anterior es Amonites (2003), un libro de hechura totalmente diferente. Aunque, en el fondo, es una extensión más de su poesía y su poética. Se trata aquí, ahora, de una selección de micropoemas, textos vecinos del aforismo, del proverbio, del aerolito, de la greguería, de los dichos, o en todo caso, semillas poéticas, o poesía sólida, cristalizada, como la llamaría Cristóbal Serra. La tradición del micropoema se remonta a la antigüedad, pero es en los tiempos modernos, con la entronación de la idea de fragmento, donde triunfa. Tenemos ejemplos muy bellos en los “Proverbios Infernales” de William Blake, en los “Aforismos” de Nietzsche, en los “Cohetes” de Bergamín, en los “Aerolitos” de Carlos Edmundo de Ory, o en las “Voces” de Porchia . En el caso de Jeannette L. Clariond se trata de una forma más de hacer poesía. Y en ese caso está más cerca de los poetas, de Ory o Blake, por ejemplo. El título “Amonites” recuerda a un tipo de fósil marino, especie de caracol milenario, que es el trasfondo de la cubierta: esa espiral de espirales. En ese sentido, tiene algo que ver con su idea latente, de perduración, de origen. Nada más abrirlo, ya nos encontramos con su mundo, con semillas de su mundo poético, como el prender de una cerilla: “Todo principio es blanco” (p. 9), que se relaciona con su poética de la búsqueda: “La poesía es destierro, al origen” (p. 9); pero también con la condición del exilio del poeta. Y luego va sembrando en esos surcos que son las líneas, las semillas de su pensamiento: la eternidad y el tiempo, el destino y la raíz, la necesidad y la sed, la llaga y la nostalgia, el misterio y el silencio. Llaman la atención las que tienen que ver con la poesía misma: “La poesía no la crea la vida, se hunde /en su extrañeza” (p. 22) y las que tienen que ver con el tiempo humano, relacionado con el título: “No hay más tiempo que el del amonites” (p. 30). ¿Cuál es el tiempo del amonites, el de fósil, la imagen espiral permanente, eco de lo que fue? Algunas líneas son reflexiones nostálgicas o irónicas sobre el destino: “Tanto desierto, tanta sed, marchitarse en lo / oscuro, para ser incertidumbre” (P. 38)”. Pero siempre en busca de una luz. Por eso, escribe Luis Cortés Bargalló, en la contracubierta: “Versos que aspiran a la condición de pensamiento afirmativo, pero no a su discurrir, pensamientos que buscan, por sus raigambres materiales, resignificarse en las ambivalencias y ambigüedades del poema, de un pequeño poema que se piensa a sí mismo al mostrarse, al sumarse con un rostro propio a los universos semejantes del conjunto”. Un pequeño poema en prosa, pero en poesía. Los dos siguientes libros –si dejamos en medio la antología Nombrar en vano (2004)– suponen un cambio de ritmo en su verso y en su sintaxis, que desmienten la idea de su adscripción sólo al minimalismo. Se trata ahora de poemas más extensos: los incluidos en 7 visiones (2004) y en Momentos del agua (2006). Son obras en colaboración, que tienen como nexo la pintura de Víctor Ramírez. La primera, 7 visiones (2004) , es un delicado y lujoso libro de artista, con portada de Ramírez, realizado en colaboración con el poeta chileno Gonzalo Rojas, con quien ella se reparte la caja de escritura del volumen: Rojas, las visiones 1, 2, 3, 4; Clariond las visiones 5, (de nuevo el 5), 6, 7. Los dos con poemas extensos: los de Rojas más que los de ella. Rojas más físico, ella más interna. Los de Jeannette Lozano (que es su verdadero apellido) llevan el título “La casa”, “Mina 1004” y “Marzo, 10, NY”, donde recoge visiones de su mundo relacionado con el origen: la casa familiar, el incendio de María, la abuela, y el silencio en Nueva York. Poesía de raíces y exilios, con versos que se expanden, como un nuevo pulso, poemas con litorales, con encabalgamientos decididos y pujantes, que sobrepasan a veces los límites del versículo. El primero “La casa”, que recoge parte de su mundo y su poética, con el personaje femenino, la niña, incluido: “LA CASA”: “La casa, ese sitio incierto. La niña / sin lámpara, blanco / el origen, arde en silencio / la revelación. / Todo origen es blanco, / la composición / de la forma, callada / la niebla, el árbol. La niña / callada, lo alto, lo / aire. Todo origen / es blanco, el azar. Callada / la niebla, cuya / música es silencio, sílabas / dispersas”. No hay mejor poema, no hay mejor poética. Por ello, volverá a las páginas de su diario o testamento literario, Cuaderno de Chihuahua, donde aparecerá al lado de su foto, como mirándola . El siguiente, “Mina 1004”, hace referencia a una cruda vivencia de la infancia: “Arder, yo vi a mi abuela arder. / Agosto, Chihuahua, 1963. Ella ardió, / su fuera y su dentro, ardió en la calle Mina 1004. / Vi a mi padre envolverla en una sábana, el colchón ardía; / las cortinas, la alfombra, su vestido / ennegrecieron. Todo lo recogió. “No hagan ruido, su madre está cansada”. Lo vi salir de luto esa noche de agosto con su corbata negra. / La recogió. Ceniza y llanto recogió” (7 visiones, 6). El poema continúa, como una evocación vivida, intensa, emotiva, como sólo algunos poemas de la poesía confesional estadounidense han sido capaces de expresar (Sexton, Plath). Pero Clariond se mantiene en su mundo. Como también en el siguiente poema: “Marzo 10, NY”, escrito desde la urbe mastodóntica de New York. Un poema largo ahora en diez partes (de ahí el nombre), con los verbos en plural, entre existencial y recóndito, de gran vuelo interior: “Morimos / muy abajo del cielo, ancestral / distancia que nos hunde / en la primera y única raíz: amanecer, sonidos” (7 visiones,7,VII, frag.). Tres visiones de tres mundos, el de la abuela, el de la madre, el suyo. Visiones hacia adentro. Poesía de búsqueda. De raíces. Siguen a este los poemas de Los momentos del agua (2006) , dos años después, con los trazos ambiciosos, con Víctor Ramírez y con un epílogo de José Corredor-Matheos. El libro, con una cuidada encuadernación, presenta el diálogo, o mejor, el encuentro, entre las artes plásticas y la creación poética. Un libro de azul cobalto, con aguas de azul claro y verdes gaseados, y con trazos o arañazos en blanco, que recuerdan la fuerza de la materia, los remolinos espirales de las aguas marinas y su fondo de nutrientes y algas. El impuso de la vida . El agua y su campo semántico: la sed, el transcurrir, el río, el pez, la sangre, la lluvia: el tiempo. Momentos de azul. Es tiempo del agua porque el agua es tiempo. Azul es también la tinta de los poemas de Clariond en lengua inglesa. Pero no todo es agua, ni mar, ni azul. En el fondo se trata de un soplo de inspiración que arrastra no solo agua, sino todos los elementos y sus sedimentos, o su ausencia: aire, fuego, agua, tierra, desierto, humo, ceniza, residuos, oquedad, nada. Es a la vez fuego, tormenta, llama fría, desparramada luz. A la vez tierra: flor, hojas, lienzo, historia, morro, retrato, persona. También imagen: el sueño, la realidad, la herida, el silencio. También acto, reunión, encuentro, sorpresa: “Caminé sin saber que el mundo era un tazón roto, luz de fragmento / y astilla, soplo de tierra, y la niña sin saberlo, asumía la incierta voz, / ciega al cintilar del pájaro plateado” (p. 51). El libro empieza con un diálogo con la sed –“Primer esbozo de la sed”–, y luego –tras incorporar los tres poemas del libro anterior– va pasando, en un encuentro con lo real, por las evocaciones familiares, el paisaje del desierto, la flor y las hojas, o de algún retrato propio o ajeno, para cerrar en el “Epílogo” con su canto al agua y lo que el agua evoca, ese reflejo luminoso, hondo: “Agua. Agua sin luz a la sombra de la luz. Agua creciendo desde el fondo” (p. 79). Son los fragmentos y es el todo: “Una brizna es el universo entero” (p. 27), dice en “Tiempo del agua”. Poesía cósmica, de versos que se expanden: “La constelación habló un anclaje de lágrimas” (p. 51). El libro es como un viaje amenizado por pinturas azules, pero, nuevamente, “un viaje que nos lleva al origen” (p. 85), como recuerda esta vez José Corredor-Matheos. Su viaje.

EL DOLOR AJENO Por entonces ya ha realizado una selección de sus dos primeras épocas, y las cierra: Nombrar en vano –Antología personal– (2004) es ese libro. El primer poema de Nombrar en vano es “Génesis”. El último, “Marzo 10, NY”. Entre uno y otro, todos sus libros: Mujer dando la espalda, Newararíame, Desierta memoria, Todo antes de la noche, Amonites, Siete Visiones / Los momentos del agua. Los libros más representados son Newararíame, Desierta memoria y Todo antes de la noche, sobre todo el último. Y entre los poemas predominan los de la memoria, la mudanza, la sed, la niebla, la melancolía, la casa. Llama la atención el epígrafe de Alda Merini, lo que es todo un enfoque: Io come voi non sono stata ascoltata. Lo que es significativo. La poeta avanzará dentro de sus propias raíces. Lo que deja claro cuál es el orden de sus preferencias, hasta ese momento. En la primera página aparece una ilustración de Ximena Subercaseaux, “Las palabras”, en lo que parece un bodegón moderno, surrealista, al que se llega por una ventana desde la portada, todo un símbolo. Como el disco de jade chino agujereado, se puede mirar al otro lado. Un punto de mira. Desde fuera lo que parece acantilado y agua, por dentro es montaña y cielo. Debajo queda el banquete del poema. La palabra nutritiva. En primer plano, las granadas, el vino, el vaso de agua, una rosa, un cuchillo. La vida, la belleza, la sed, la herida. Un banquete. Un convivium. El lector queda avisado que debe hacer una doble lectura .

Paralelamente, se dedica intensamente a la traducción: traducirá especialmente a Alda Merini. Primero Baladas no pagadas (2005) , luego la trilogía mística Cuerpo de amor: un encuentro con Jesús, Magníficat: un encuentro con María, y por último, La carne de los ángeles: todos publicados en 2009 , y todos con notas de la autora. Además de Francesico: canto de una criatura. A Alda Merini, poeta italiana, ensalzada por autores como Quasimodo, y propuesta a veces para el Nobel, llegó por el amor de su tía Jeannette, que como aquella, conocía lo que era la razón perdida y las estancias en el psiquiátrico. Fue el amor de la tía quien la iluminó en ese aspecto. Alda Merini a quien fue a conocer personalmente sería –es– uno de sus referentes. Alda Merini con su mística humana y corporal, como la de Teresa de Jesús. El cuerpo se es, el alma se es, se dice en alguna parte. La soledad transformada. La pasión. Merini en los tonos de lo cerca. La dificultad de vivir, no como dificultad, sino como sentido. Otra de sus aventuras en la traducción, también de esta época, fue la de Charles Wrigth: otro autor de la gnosis, esta vez dentro de la literatura norteamericana, cuyo Zodíaco Negro (2002) , es uno de los libros importantes del nuevo canon para Harold Bloom. De Harold Bloom mismo, precisamente, tradujo y editó otro de los libros claves de la literatura norteamericana: La escuela de Wallace Stevens: Un perfil de la poesía estadounidense contemporánea (2011) , una de las mejores antologías críticas sobre el tema. Y su aventura de traductora no acaba ahí: más tarde, en un nuevo momento, traduce y edita Cuatro salmos (2011), de W. S. Merwin , y Decreación (2014), de Anne Carson, versiones, ambas, sugerentes, ejemplares. La traducción, para ella, es importante, lo hemos dicho; como para otros poetas –Pound, Paz–, porque también es una fuente de aprendizaje y de ejercicio en el uso responsable de la propia lengua y en la oportunidad de re-crear palabras vivas.

LA SANGRE, LA LUZ Mientras va haciendo nuevas traducciones y prepara nuevos libros, conoce y se conoce, empieza otra época, la tercera: la del último quinquenio. Es el momento de creación de algunos libros poéticos nuevos (Leve sangre), de la inmersión en otros géneros (las memorias poéticas y familiares de Cuadernos de Chihuahua), de la reedición de algún texto anterior (Marzo 10, NY) o el inicio de alguna nueva traducción, como Poesía de Elisabeth Bishop (2016). La literatura para ella sigue siendo la luz del origen, pero también donde mejor se estructuran los mitos y las vivencias, donde escribe la voz de la sangre y un campo donde se moldea la materia, la forma. Momento de nuevas experiencias, de apertura a nuevas formas. El primer libro, Leve sangre (2011), ya anuncia esa nueva sed de aventura: en él conviven varias formas poéticas,–algunas, nuevas en su discurso– los fragmentos versales, el poema en prosa, la disposición caligramática o mallarmeana de los versos sobre la página, el juego de las cursivas, la disposición escalonada, los fragmentos aforísticos, las agrupaciones versales tripartitas, el juego de varias voces. Es el más rico, formalmente, de todos sus libros. Mientras tanto, por debajo fluye la misma sangre, pero con renovado color. El título destaca dos aspectos de fondo: la levedad, elaboración de una poética esencial, la sangre, lo vital, lo espiritual. Leve: breve. Sangre: rojo . El rojo está bañado por el fervor. La mística del amor para Rûzbehân. Poesía y devoción. El libro en seis partes ahora, podría dar la sensación por los títulos de las secciones, de una progresión negativa: tarde, herida, ausencia, des-creencia. Cualquiera diría, a simple vista, que se encuentra ahora más cerca de Anne Carson, a quien traduciría, que de la misma Alda Merini. Pero una lectura a fondo sacaría de ese error. Con “La tarde” no hace más que recuperar una óptica que está en libros anteriores y va a los siguientes: esa fuerza de la luz que decae, descendente, como en Machado, pero como un símbolo. La poeta se pregunta, como otras veces, por lo real, como otra Dickinson: “Extraviada, miré la tarde contra el viento desnudo, / las hojas caídas escuché // Vacía, Emily, ¿es real que la tarde se vacía?”. Luego se contesta y da una definición de poesía –otra–: “La poesía es ausencia de agua, puerta / que abre otra puerta y una más” (p. 9). He aquí algunos de sus motivos y símbolos recurrentes: la ausencia, el agua, la puerta. No el puente ni la escalera: la puerta. Porque la puerta abre dos mundos al mismo nivel, distintas estancias, no distintos niveles. Tras ello, camina, contempla la belleza: “Nada entraba en mis ojos o en mi lengua / que no fuera belleza” (p. 9). Ese es el primer poema de “La tarde”. En el segundo asistimos a un paseo por las formas y los modos del discurso, por voces distintas, señaladas con el cambio de letra –cursivas– y los signos de puntuación –paréntesis–: poemas en prosa, versos, vocativos, silencios, espacios en blanco, la fuerza del blanco, los cambios de ritmo: “Oh mar / Acoge/ Mi desamparo” (p. 12), “Callé y al luz escuchó mi silencio” (p. 13). Las líneas tienen a veces el movimiento de ciertos versos de Saint-John Perse. Luego entra en las otras partes, que llevan sufijaciones: “Recordación”, “Descreencia”. Una expresa refuerzo; la otra, desasimiento. Recordación: acción de recuerdo, acción acorde, corazón. Baile de las formas poéticas, bajo la poética de la memoria: aforismo, poema en prosa, verso. Elipsis, deixis, síntesis. La memoria: “La memoria llena tus vacíos, los pájaros el cielo. Regresé a la rota mirada de la madre, sus frases oscuras” (p. 21). La síntesis, lo auténtico: “Cuando miro la tarde, todo se vuelve real” (p. 20), “Entrar en la espesura no nos hace ciervos” (p. 22). Descreencia: “El trisar de las aves migrando, / el árbol caído. / Y, tierra, la sed” (p. 75). Y, entre tanto, “la herida”, “ausencia”: “La mirada de la madre perdura” (p. 46), “Torrencial es la sequía” (p. 55), “No debí haber nacido” (p. 63). A veces lo que siente la poesía, como en Novalis, es religión. La poesía entra en la plegaria. El siguiente libro, dos años después, era el breviario poético: Cuaderno de Chihuahua (2013), memoria familiar y antología poética. Poemas familiares habían escrito también Cirlot y Sharon Olds, pero los de Cirlot tienden más a las figuras masculinas y los de Olds tienden a la ironía. Aquí no. Ella escribe sobre todo sobre figuras femeninas: las Ayub, relacionadas con sus antepasados del Líbano, el país de los cedros. Donde comienzan los exilios. Poesía con heridas: “Porque lo bello es siempre una herida” (p. 33). Poemas que van del árbol a la raíz: “Y la palabra es árbol / nudo de fronda y raíz” (P. 40). Tal vez, porque, como decía Ungaretti, poesía es biografía. Y esa luz siempre acoge: “De raíces habla esta luz”, dirá en un libro reeditado: Marzo 10, NY. (2014) ; y lo mejor era “ceder al resplandor”. Al resplandor que retornó cuando contempló la rosa blanca, en la casa de los antepasados, en su viaje a Duma, y allí la vio brillar como en el páramo la flor, en las Rimas de Bécquer. El que será su próximo libro . Cuando contempló su voz caligrafiada en la lengua del país de las dunas. Duma. Retorno a las fuentes, llamaba Lanza del Vasto a eso . Mientras tanto, una antología poética, Astillada claridad (2014), que saltea el orden de los libros anteriores, o los baraja, con una excelente introducción de Antonio Tello, orientado hacia la pulsión del deseo . Y luego también los poemas de Tonalpohualli (2017) , que enlazan con otros mitos y símbolos de sus primeros libros. El camino queda abierto. El final vuelve al principio.

De Mujer dando la espalda:

Génesis Como un espejo que sangra, como una herida que escurre, resbalo. Desfallezco y resbalo por la boca del volcán, resbalo entre tus piernas, tiemblo ante la vacilación. Tiemblo, procuro sostenerme.

De Newarráriame:

El pan de cada sombra I Esta costumbre, esta grave costumbre de perderse al momento en que hilos, hojas lanceoladas, tenues luces de rostros se deslíen y cuerpos se borran como en una vieja fotografía.

Hacienda, pan, todo guarda su nombre bajo la sombra.

Siete vados antes de entrar en la ciudad aún esparcen la mancha neblinosa.

VIII

Jardín donde la rosa desgajó sus pétalos sobre altos aleros de ébano; las demitasses bajo el péndulo, el piano, su macramé deshaciéndose entre gasas y azogues de espejo.

Un eco apenas luz arde en el recinto de azulejos

De Desierta memoria:

Sed

Ser luz que alumbra tordos entre las hojas, ser sol penetrando la abierta llaga, niebla que transforma el destino de tu sueño, desolación de faro, gaviota sedienta que se aleja cuando la lluvia.

Niebla

VII Todo aguarda tras el ventanal: el estero, los ánsares, este sentir apenas el reflejo porque oblicua nace la sombra, la conjunción que cierra la niebla; esa materia finísima del sueño, su naciente verdad que llama desde lo hondo, la desierta memoria que germina.

De Todo antes de la noche:

Van los hombres y las cosas hacia la estancia primera. La travesía es la voz. Del monzón de arenas emerge lo olvidado, el polvo se levanta en pequeños círculos. Van a la entrada del silencio. A lo largo la quietud, la sagrada quietud del sueño que los sueña. **** Una tierra devota, madre, un vientre para la miel de lo perdido, tierra de todos en el insbrik, cobre esbelto donde la espuma multiplicaba tu rostro. Busco la duración y no aparece. Veo desplegarse la oscuridad labrada desde el brillo solitario.

Surgen en mi incertidumbre, Muertas, un puñado de hojas grises.

Las formas ceden a lo inmóvil: humo obstinado en engarzar las perlas.

Sangra en el vidrio, astillada, la claridad.

*** La melancolía es destino diciéndonos lo que no somos: un huerto tejido de sombras, la cicatriz de la tarde, el rostro que lucha por saber quién fue.

En el portal los pájaros recuerdan el viaje -y sin embargo-

temo perder lo que de ti queda cuando te vas.

De Amonites: La poesía es destierro, al origen. **** Toda luz moviliza la raíz **** Al límite, desvanecerse **** Instante, callada lejanía **** El misterio es la sed. **** En el incendio lo quebradizo es el silencio

De Siete visiones:

La casa La casa, ese sitio incierto. La niña sin lámpara, blanco el origen, arde en silencio la revelación. Todo origen es blanco, la composición de la forma, callada la niebla, el árbol. La niña callada, lo alto, lo aire. Todo origen es blanco, el azar. Callada la niebla, cuya música es silencio, sílabas dispersas.

De Los momentos del agua: Linden 197 El mar está solo, como nosotros los nacidos en el agua. En él se hunde la noche bajo la luna creciente (su polvo en nuestros rostros).

La primavera es la estación de la muerte.

Inscribimos el epitafio, en alto nuestros nombres para hacer creer a los desnudos cielos que al menos una sabia palabra resbaló de nuestras angostas bocas, junto a unas cuantas flores.

Venimos a deshojar, no a contar latidos.

Enredados los cabellos, maltrechos nuestros cuerpos regresan a la voraz melancolía.

De Leve sangre: Ven, déjame besar tus ojos, el alba derrama su niebla en el huerto,/ conmigo las páginas de una historia no contada, los pasos en / la nieve, las manos de ternura que se desvanecen con las horas, / tu lengua de arena disolviéndose en las dunas.

¡Oh soledad, tú vaticinas! ¡Oh espina del pez, atraviesa mi silencio! **** Ásperas sandalias fatigaron el desierto, la sed. Los leones / azules me abrieron esa puerta. Y el ámbar, la línea negra perdió mi destino. ¡Cuánto espanto confinado! ¡Cuánto olvido nuestra lengua! Y el dolor, la mancha que impregna el mármol, el aulos, la veta rugosa del cedro.

(Al morir la tormenta atravesé las inciertas arenas y alcé un muro contra el cielo de Al Asad.)

**** El Libro dice: crea la imagen única de la realidad. Yo digo: Crea la imagen de la ausencia.

**** Cierra la noche la certeza oculta. La guerra de los muertos prepara su festín en altares de piedra.

Legiones bajan a sacrificar el orden de las bestias, días en que el amor es sangre derramada, oscuras estancias vacías.

**** ¿Atravesaré el lago, el fango entre las piedras? No hay reflejo de la luna, no hay espacio en su agua.

El trisar de las aves migrando. El árbol caído. Y, tierra, la sed.

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