Traductora, licenciada en filosofía y maestra en letras españolas, Jeannette L. Clariond es ante todo, poeta.
Con una trayectoria que incluye el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde (1993), el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (1996) y el Premio Gonzalo Rojas (2001), la oriunda de Chihuahua es, desde hoy, la ganadora del Premio Juan de Mairena, instituido hace seis años por la Universidad de Guadalajara y que se entrega durante las actividades del Verano de la Poesía, y que ha sido entregado a poetas de la talla de Eduardo Lizalde y Miguel León-Portilla.
En entrevista desde Madrid, España, la poeta habla sobre su pasión por la palabra, de la importancia de la poesía, el galardón y sus pasiones.
¿Qué le representa ganar el Juan de Mairena?
“Es un premio que me parece que indica una mirada reflexiva del mundo, de la actualidad y relacionando con Octavio Paz me parece que ambos tienen esa misma mirada hacia el arte”.
¿Por qué, en un país que muestra números bajos en los índices de lectura, aún es importante escribir poesía?
“Porque la vida es una apuesta; no quiero que suene a canción ranchera, aunque si suena pues no importa, porque también me encanta la música ranchera. No quiero decir ‘aposté mi vida y la perdí’, quiero decir, hice en la vida aquello que me dio una serenidad interior. La paz de sentir, creo que la poesía nos puede dar un camino que pocos han explorado y que mi deseo es, para lo que sí leen, aunque sea un dos por ciento de la población nacional, entregarles algo que desde nuestro criterio editorial creemos que es lo que necesita o debería estar leyendo un buen lector de poesía. Lo que se está publicando en Líbano, en Egipto, en Israel, lo qué está pasando con la poesía americana, con la argentina, no sólo como escritora sino como editora de Vaso Roto Editorial, esa es nuestra apuesta y por eso apuesto, por los buenos lectores y para la creación y la formación de lectores. Si te das cuenta en nuestro fondo editorial los autores se van relacionando unos con otros”.
Su libro Cuaderno de Chihuahua es un ejercicio de memoria, ¿qué le representó adentrarse en un pasado que nunca se va del todo?
“Para mí la memoria es la única luz. Yo soy memoriosa, si huelo pan pienso en Chihuahua, si veo una hoja roja en el otoño pienso en mis años en Indiana, no pienso en presente. Pienso en lo que esta hoja a mí me da, según lo tengo registrado en mi memoria. Cuaderno de Chihuahua intenta hacer el rescate de los momentos determinantes de mi existencia. Mi memoria no puede registrarlo todo ni registrarlo bien, pero cómo lo registró mi memoria y cómo determinó mis actos, eso es lo que está plasmado en ese libro”.
Hölderlin pregunta en una de sus elegías “¿Y para qué poetas en tiempos de penuria?”, la pregunta se podría actualizar y preguntar “¿Para qué poetas en tiempos de violencia?”:
“La poesía es una violencia en sí misma, la poesía es una violencia interior que se libera dentro del ser humano. Es una revuelta constante, es esa lucha interior, y yo creo que lo es desde el término, no en el religioso de la Iglesia, sino en el terreno espiritual. El poeta es el primer violento de la sociedad, o el violento que determina el pensamiento de una sociedad, y citando al mismo Hölderlin, él dice: ‘a veces la divina naturaleza se muestra divina a través de los hombres, y así la reconocen los mortales’. Es para que esa parte de luz, de la que hablaba sobre la memoria, si está muy recóndita, emerja, que un poema te haga ver tu pasado con otra luz”.
Finalmente, ¿Qué significó colaborar con uno de los mayores críticos literarios como lo es Harold Bloom?
“Cambió mi vida, cambió mi manera de ver el mundo, cambió mi manera de entender la realidad y la poesía, y déjame decirte por qué. Yo fui educada en Estados Unidos, mi madre me habló siempre en inglés, me escribió cartas en inglés y yo pensaba en inglés y creí que sabía algo. La primera mañana que me senté en una mesa de la Universidad de Yale, cuando él me becó (Harlod Bloom) para que fuera a tomar los cursos de Shakespeare y de poesía norteamericana contemporánea dije ‘no sé nada’; entré en crisis porque, y aquí viene lo que yo creo que es lo esencial en la traducción: no se puede tomar un solo libro de un autor y decir ‘lo voy a traducir’, no así nada más. Escoges ese libro, ves qué otros libros ha escrito, los lees y ves cuál es su tradición, porque cuando Hart Crane utiliza el puente de Brooklyn, está hablando de modernidad; cuando Octavio Paz dice ‘las palabras son puentes’, está hablando de una comunión. Así, cuando Wallace Stevens usa la palabra Puente está hablando del rey Sol y de la poesía. El significante para cada poeta es distinto, y esto lo aprendí porque Harlod Bloom, al leer los poemas, te dice: ‘De dónde crees que viene esta línea, este verso’. En la Universidad de Yale, éramos alumnos rusos, chinos, belgas, rumanos y japoneses, todos con una visión distinta. La lengua te hace pensar y soñar distinto y si no entiendes bien esa lengua, no la puedes interpretar porque no estás interpretando la realidad del otro. Por eso el curso de Harold Bloom fue determinante porque fueron cuatro horas al día viendo poetas americanos, que fue la obra que traduje.
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